jueves, 26 de diciembre de 2013

LA RUTA DE ZAPATA


Artículos
Por Alejandro Rosas

Morelos guarda aún el aroma del zapatismo. Aquel que reivindicaba su derecho ancestral a la tierra. Su historia puede contarse a través de algunos cuantos pueblos, unidos entre sí por veredas, cultivos de maíz y recuerdos y una buena red de carreteras que permiten recorrer la historia del caudillo en tan sólo unas horas. La ruta de la revolución del sur no es una simple carretera, es el recorrido de la historia que se detiene en cuatro paradas.

Mientras Obregón y Villa desgarraban a la patria en los campos del Bajío, Emiliano Zapata puso en marcha su revolución en el pueblo de Tlaltizapán -capital moral del zapatismo en 1915. Desde ahí dispuso de las tierras de Morelos; las repartió conforme a los viejos títulos de propiedad expedidos en tiempos de la colonia, ayudó a la gente, dictó leyes, y en sus ratos libres, hasta se dio el gusto de practicar la charrería o escuchar poesía en la plaza del pueblo mientras disfrutaba de una copa de coñac fumándose un buen puro.

     “El molino de Tlaltizapán era una casa al estilo antiguo -escribió el profesor Amador Espejo Barrera-, con un gran patio en el centro y alrededor las habitaciones; las situadas frente a la calle servían como oficinas del Cuartel General y sólo dos cuartos eran ocupados por el general Zapata, uno como dormitorio y otro para comedor. A la izquierda de sus habitación se encontraba la tesorería y pagaduría; en el fondo se había instalado una fábrica para acuñar moneda, con los aparatos útiles y necesarios, pues el general Zapata siempre quiso que en el territorio controlado circulara la moneda zapatista”.

     El cuartel del caudillo -en otros tiempos un molino de arroz- alberga hoy una escuela y un modesto museo de sitio. Por encima de las fotografías, algunas armas y una copia original y amarillenta del famoso plan de Ayala, las reliquias más preciadas del lugar son el traje ensangrentado que Zapata traía puesto al ser asesinado, el sombrero agujereado por las balas de la traición, un juego de naipes del jefe revolucionario y la cama que utilizó Emiliano durante su estancia en Tlaltizapán.

     Unas calles arriba se levanta la iglesia del pueblo. En su fachada aún pueden verse los rastros que dejaron las balas federales cuando tomaron el cuartel general en 1916. Al interior del templo, una imagen recuerda la mayor devoción de Emiliano: el padre Jesús. Se dice que su milagrosa intercesión le salvó la vida en al menos una ocasión. En el atrio se encuentra un mausoleo en forma de pirámide que proyectó el propio Zapata para que, llegado el momento, los generales zapatistas encontraran el descanso eterno dentro de sus nichos. El destino, caprichoso, dispuso otra cosa: que los principales jefes quedaran sepultados en el mejor de los sepulcros: a lo largo y ancho del estado de Morelos.

“Escuchen señores, oigan el corrido/ de un triste acontecimiento/ pues en Chinameca fue muerto a mansalva/ Zapata, el gran insurrecto./ Abril de mil novecientos diecinueve,/ en la memoria quedarás del campesino/ como una mancha en la historia”.

     Al iniciarse el trágico año, la revolución del sur se encontraba en franca derrota. Los mejores compañeros de Emiliano habían desaparecido casi en su mayoría. Desesperado ante la falta de hombres, pertrechos de guerra y victorias, y contrario a su costumbre, Zapata confió en el coronel Jesús María Guajardo –un Judas enviado por Venustiano Carranza y Pablo González- quien le preparó una celada en la hacienda de San Juan Chinameca.

     “Abraza Emiliano al felón Guajardo/ en prueba de su amistad,/ sin pensar el pobre que aquel pretoriano/ lo iba ya a sacrificar./ Y tranquilo se dirige a la hacienda con su escolta;/ los traidores le disparan/ por la espalda, a quemarropa”.

     La muerte dejó su rastro cerca de las dos de la tarde del jueves 10 de abril de 1919. Principio y fin de su historia, Chinameca parecía tener un sino trágico. Años antes, cuando Zapata iniciaba su lucha (1911) un enfrentamiento en los alrededores de la hacienda casi le había costado la vida. Un monumento del caudillo sureño en magnífica montura recibe al visitante. Los agujeros de bala en el dintel de la entrada aún guardan el sonido de los clarines que le rindieron honores antes de que se escuchara la orden de “¡Fuego!”. La casa de la hacienda está en ruinas. Los vidrios rotos, las escaleras desvencijadas, los muros carcomidos por la historia. Tres mil días de lucha culminaron en Chinameca.

El 12 de septiembre de 1909 se reunió el consejo de ancianos de Anenecuilco. Rebasaban entonces los setenta años de edad. Casi todos habían combatido a favor de la República en 1867 y sostenían una férrea defensa del pueblo frente a los despojos de los hacendados porfiristas. Don José Merino, el calpuleque solicitó entregar el cargo por motivos de edad. Era necesario trasmitir el poder a un joven que reuniera “como principales cualidades la seriedad en sus actos, sin vicios y conocedor de los problemas del pueblo”. Eligieron así, a Emiliano Zapata.

     “En esos momentos y por acuerdo del consejo –recordaría Salomé Benitez-, Emiliano es trasladado a la sacristía de la iglesia ubicada en el segundo piso a fin de ser sometido a una ardua enseñanza durante treinta días, la cual se basaba en estudio de códices y glifos del lugar, así como documentos que demostraban la autenticidad de la tenencia de las tierras y aprende a amar su historia, su cultura, para poder amar a México”.

     El nuevo calpuleque -representante del pueblo- había nacido treinta años antes. Sobre los restos de la casa paterna la imaginación reconstruye lo que alguna vez existió. El adobe de las paredes asoma claramente. Protegido por un solemne recinto, el sitio que vio nacer a Zapata ha traspasado el tiempo. Cada 8 de agosto Anenecuilco celebra como fiesta religiosa el natalicio de Emiliano. “Nació entre los pobres,/ vivió entre los pobres/ y por ellos combatía./ ‘No quiero riquezas,/ yo no quiero honores’/ -a todos así decía”. Ahí, en el lugar “donde el agua se arremolina” comenzó el zapatismo. 

Los restos de Zapata escaparon a los homenajes oficiales y su gente logró mantenerlos en tierra zapatista. Ni muerto, transigió Emiliano con los otros caudillos de la revolución y menos con la historia oficial. Su destino fue siempre resistir. “Revoluciones van, revoluciones vendrán, yo seguiré con la mía” -comentaba ufano. Solitario, hoy descansa en Cuautla. No podría ser más feliz. La ciudad alcanzó la fama gracias al ilustre cura Morelos y bajo su sombra, Zapata yace en paz, cobijado por “este pequeño pueblo protegido del cielo” como lo llamó en 1812, el cura de Carácuaro.

Contesta las siguientes preguntas
1¿Qué derecho buscaba Emiliano Zapata?
2¿Nombre del plan, qué proclamó Emiliano Zapata, para iniciar su Revolución?
3¿Dónde fue asesinado Emiliano Zapata?
4¿El consejo de ancianos, qué título le otorgó a Emiliano Zapata? 
FUSILAMIENTO DE MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA


Artículos
Por Sandra Molina Arceo

Capturado a traición el 21 de marzo de 1811 en Acatita de Baján, y luego de un tortuoso trayecto de casi un mes bajo el sol de desierto, con hambre y sed, Miguel Hidalgo y Costilla arribó a Chihuahua para ser sometido a un largo proceso militar y a una dolorosa degradación eclesiástica. Recluido en el obscuro y estrecho cubo de la torre del ex colegio de la Compañía de Jesús, pasó los últimos tres meses de su vida.

Por ser la cabeza de la insurrección, por tener una causa pendiente con la Inquisición, y por el proceso eclesiástico al que debía ser sometido; el juicio de Hidalgo tomó más tiempo que el del resto de los jefes insurgentes. Quince días después de su llegada, Ángel Abella, comenzó el interrogatorio que se prolongó tres días, y en el cual Hidalgo respondió con entereza y serenidad a cuarenta y tres preguntas.

Sin caer en ambigüedades y sin delatar a nadie, Hidalgo confesó su convicción de que la Independencia sería benéfica para el país, haber levantado ejércitos, dirigido manifiestos y ser responsable de los asesinatos cometidos a españoles presos en Valladolid y Guadalajara.

También sostuvo sin vacilar, haber actuado por el “derecho que tiene todo ciudadano cuando cree la patria en riesgo de perderse…”; reconoció que nada de lo que había hecho conciliaba con su condición eclesiástica, pero expresó jamás haber abusado de ésta para incitar al pueblo a la insurrección.

El 18 de mayo, Hidalgo formó un documento donde se retractaba de los errores cometidos contra Dios y el Rey, pedía perdón a la iglesia y a la Inquisición; y rogaba a los insurgentes que se apartaran del errado camino que seguían: “Compadeceos de mí; yo veo la destrucción de este suelo que he ocasionado; la ruina de los caudales que se han perdido, la sangre que con tanta profusión y temeridad se ha vertido; y, lo que no puedo decir sin desfallecer: la multitud de almas de los que por seguirme estarán en los abismos…”

El arrepentimiento de Hidalgo fue quizás el natural recurso para aspirar a la vida eterna y presentarse limpio ante el juicio divino. Los cargos religiosos que se le imputaron los respondió ciñéndose a sus creencias católicas, sabedor de que su deber como sacerdote, era retractarse de sus pecados.

El tribunal de la Inquisición, tenía abierto un proceso contra Hidalgo desde julio de 1800, acusándolo de hereje y apóstata de la religión; proceso que se reanudó en septiembre de 1810, y en el que se le declaró: “amante de la libertad que proclamaban los enciclopedistas y en consecuencia hereje, judaizante, libertino, calvinista y grandemente sospechoso de ateísmo y materialismo”. El 7 de febrero de 1811, el doctor Manuel de Flores, Inquisidor Fiscal, presentó formal acusación en su contra fundada en 53 cargos. Atendiendo a los requerimientos del Tribunal de la Fe, Hidalgo envió el 10 de junio, un largo escrito rechazando los cargos de hereje y apóstata de la religión, y explicando las causas para encabezar la insurrección.
Consideradas agotadas las averiguaciones, el licenciado Bracho formuló su dictamen enumerando las agravantes, concluyó que Hidalgo era “reo de alta traición y mandante de alevosos homicidios, y que debía morir por ello, confiscársele sus bienes y quemar públicamente sus proclamas y papeles sediciosos”.
A la ejecución de Hidalgo debía preceder la degradación hecha por un juez eclesiástico. El canónigo Fernández Valentín, por órdenes del obispo de Durango, procedió al acto de la degradación el día 29 de julio, con todas las ceremonias estipuladas en el Pontifical Romano.

En una mesa colocada cerca de un altar improvisado en uno de los corredores del Hospital Militar, se colocó una vestidura eclesiástica, ornamentos, un cáliz con patena y unas vinajeras. Hidalgo, escoltado y encadenado, compareció ante el juez eclesiástico Fernández Valentín, y dio principio la ceremonia.

Se le despojó de los grilletes y lo revistieron con las prendas eclesiásticas; Hidalgo echó en el cáliz un poco de vino, puso sobre la patena una hostia sin consagrar, y con el vaso sagrado entre sus manos se puso de rodillas a los pies del juez. Quitándole el cáliz y la patena, Fernández Valentín pronunció las palabras de execración, y con un cuchillo raspó las palmas de sus manos y las yemas de sus dedos, y dijo: “Te arrancamos la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir, que recibiste con la unción de las manos y los dedos” 

Acto seguido le fue quitando uno a uno los ornamentos sacerdotales, hasta que al despojarlo de la sotana y el alzacuello, dijo: “Por la autoridad de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la nuestra, te quitamos el hábito clerical y te desnudamos del adorno de la Religión, y te despojamos, te desnudamos de todo orden, beneficio y privilegio clerical; y por ser indigno de la profesión eclesiástica, te devolvemos con ignominia al estado y hábito seglar”. Al retirarle las prendas sacerdotales, se halló en su pecho un escapulario con la imagen de la Virgen de Guadalupe, de la que se despojó él mismo, pidiendo se mandara al convento de las Teresitas de Querétaro, quienes se lo habían obsequiado.
Se le cortó el pelo hasta no dejar seña alguna del lugar de la corona, pronunciando el ministro las siguientes palabras: “Te arrojamos de la suerte del señor, como hijo ingrato, y borramos de tu cabeza la corona, signo real del sacerdote, a causa de la maldad de tu conducta”. Consumada la degradación, se le hizo poner de rodillas ante el juez Abella, quien leyó la sentencia condenándolo a pena de muerte.

Fue conducido a capilla por el teniente Pedro Armendáriz, y al amanecer del 30 de julio, se presentó el padre Juan José Baca, quien lo confesó y le dio la absolución. Un tambor con sus redobles y las campanas de los templos, anunciaron a los vecinos y al condenado a muerte, que había llegado la hora de marchar al paredón. Fuera del edificio lo resguardaban más de mil soldados que llenaban la plaza de San Felipe; en el interior lo esperaban, encargados de la ejecución, un pelotón de doce soldados a las órdenes de Pedro Armendáriz.

Hidalgo pidió se le llevaran los dulces que había dejado en la capilla, mismos que entregó a los soldados que habrían de hacerle fuego, mientras les decía: “La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros”. Siguió su marcha rezando un breviario que llevaba en la mano derecha, mientras con la izquierda sostenía un crucifijo.

Hidalgo besó el banquillo colocado cerca de la pared, y después de un altercado por negarse a sentar de espaldas, se sentó de frente y entregó a un sacerdote el breviario y el crucifijo. Le ataron las piernas a la silla, le vendaron los ojos y se colocó la mano al pecho; formados frente a él de cuatro en fondo, el pelotón disparó tres descargas que acabaron con su vida. Una vez desatado el cadáver, se colocó en una silla para la expectación pública, y al anochecer se introdujo al edificio donde le fue cortada la cabeza. Su cuerpo fue reclamado por los padres penitenciarios de San Francisco, quienes en su convento lo velaron y le dieron sepultura.

La cabeza de Hidalgo, conservada en sal junto con las de Allende, Aldama y Jiménez; fueron conducidas a Guanajuato y colocadas en jaulas en las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas, donde permanecieron hasta consumada la Independencia que él, con profunda convicción, valor y arrebato, había comenzado.

Contesta las siguientes preguntas.
1 ¿Dónde fue capturado el cura Miguel Hidalgo?
2 ¿Por qué se le realizaron dos juicios a Miguel Hidalgo?
3 ¿Dónde y cuándo fue fusilado Miguel Hidalgo?
4 ¿Dónde fue colocada la cabeza de Miguel Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez?
XAVIER MINA, UN ESPAÑOL EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
Por Magdalena Mas

Mina, de las vertientes montañosas
llegaste como un hilo de agua dura.
España clara, España transparente
te parió entre dolores, indomable,
y tienes la dureza luminosa
del agua torrencial de las montañas.
A América lo lleva el viento
de la libertad española…

Pablo Neruda Los libertadores,
parte IV de Canto General


Así se expresó Pablo Neruda de Xavier Mina, hombre comprometido con los principios liberales. Su vida se desarrolló entre la acción y el pensamiento, no importando el territorio ni la nacionalidad de sus compañeros de lucha en contra del absolutismo. Originario de Navarra en España, abandonó sus estudios de jurisprudencia para pelear en dos guerras de independencia: en 1808 la de su propio país en contra del ejército napoleónico invasor, cuando apenas tenía 19 años. En 1817, la de México en contra de España. Convertido desde joven a la ideología liberal, debió vivir en el exilio en Inglaterra. En Londres frecuentó a importantes pensadores y luchadores comprometidos con la causa liberal: Blanco White, Flórez Estrada y los Istúriz; los ingleses Lord Holland y Lord Russell y los americanos Sarratea, Palacio Fajardo, López Méndez, Servando Teresa de Mier y los Fagoaga. Su trato con estos últimos, lo convenció de dirigir una Expedición libertadora en apoyo del general Morelos y el Congreso mexicano que en la Nueva España se enfrentaba al absolutismo de Fernando VII.

Su gesta en tierras mexicanas fue penosa y difícil: comenzó desde Inglaterra donde en mayo de 1816 fletó un bergantín en el que, acompañado de fray Servando y un grupo de oficiales españoles, italianos e ingleses, se dirigió a Estados Unidos. Allá pasó grandes dificultades hasta lograr armar tres embarcaciones que dirigió a Puerto Príncipe, de ahí a Galveston, y por fin llegó a territorio mexicano casi un año después de su partida, en abril de 1817. Navegando hacia el sur, llegó con 300 hombres a Soto la Marina, población que tomó y desde la que imprimió una proclama, haciendo saber los motivos de su intervención en la guerra de independencia de México y pidiendo a sus hombres disciplina, respeto a las personas y sus propiedades, y a la religión.

Una fragata realista hundió uno de sus barcos, pero él pudo escapar en otro y apoderarse de 700 caballos en Horcasitas. Con los caballos y sus 300 hombres inició su expedición tierra adentro, tomando Valle del Maíz, Peotillos y Real de los Pinos. El 22 de mayo pudo unirse a una partida independentista, con la que llegó al fuerte del Sombrero, defendido por Pedro Moreno, otro de los insurgentes con los que estuvo vinculado, mientras los hombres que había dejado en Soto la Marina fueron derrotados; entre ellos se encontraba el padre Mier, quien fue aprehendido.

Debió ser muy difícil para Mina acostumbrarse a las características del territorio y la lucha en nuestras tierras, pero continuó peleando hasta llegar a Jaujilla, donde se encontraba la Junta de Gobierno, el 12 de octubre. Adentrándose más en el centro del país tomó rumbo a Guanajuato pero sus tropas fueron dispersadas. Logró refugiarse con Pedro Moreno en el rancho de El Venadito, donde fueron atacados el 27 de octubre. Moreno cayó muerto y Mina fue apresado y fusilado en el cerro del Borrego el 11 de noviembre.

Durante su campaña llevaba una imprenta consigo, de manera que la lucha siempre estuvo acompañada de proclamas y cartas en las que se trasluce un rotundo liberalismo y su plena defensa de la independencia de las Américas. En una de sus proclamas afirmó: “Si la emancipación de los americanos es útil y conveniente a la mayoría del pueblo español, lo es mucho más por su tendencia infalible a establecer definitivamente gobiernos liberales en toda la extensión de la antigua monarquía. Sin echar por tierra en todas partes el coloso del despotismo, sostenido por los fanáticos y monopolistas, jamás podremos recuperar nuestra dignidad. Para esa empresa es indispensable que todos los pueblos donde se habla castellano aprendan a ser libres, a conocer y practicar sus derechos… La patria no está circunscrita al lugar en que hemos nacido sino, más propiamente, al que pone a cubierto nuestros derechos personales”.

Su figura y hazañas están envueltas en un halo de aventura: La toma de los caballos, los víveres y el dinero realistas, las derrotas que infringió a ejércitos mucho mayores en número y disciplina militar, sus rápidos y brillantes movimientos y escapadas de fuertes sitiados, el cuidado que siempre puso en acompañar sus acciones militares con proclamas en las que explicaba sus razones y principios, jalonaron su malograda y fulgurante campaña en México.

Su figura y sus escritos han sido recuperados por escritores e historiadores de nuestro país como Lucas Alamán, Carlos María de Bustamante y Martín Luis Guzmán. Aunque pertenece a la saga de luchadores que prefiguraron lo que durante todo el siglo XIX sería un movimiento liberal de carácter internacional, poco ha sido estudiado en su país de origen. Tal vez, como apuntan varios de los que escribieron sobre él, llegó muy temprano a este movimiento en Europa y demasiado tarde a nuestra gesta insurgente, cuando ya no le fue posible unirse a las campañas de José María Morelos. También fue muy temprana su cita con la muerte y se le recuerda como Mina El Mozo (además de por su juventud, para diferenciarlo de su tío, el liberal y guerrillero español Espoz y Mina). Otros lo llaman “El héroe de Peotillos”, él firmaba como Javier y, ya durante su campaña en México, como “General del Ejército Auxiliador de la República Mexicana”. Hoy rememoramos su figura como luchador sin fronteras, ejecutado por la defensa de la libertad de nuestra patria, para él un paso necesario en la lucha por conseguir las libertades de todos los hombres.

Contesta las siguientes preguntas.
1 ¿De qué nacionalidad era Javier Mina?
2 ¿Por qué siendo extranjero Javier Mina, peleó a favor de la Independencia de México?
3 ¿Cómo firmaba sus proclamas, durante su campaña en México?

martes, 3 de diciembre de 2013

línea del tiempo 1750-1850


Tercera actividad

Ordena cronológicamente los siguientes sucesos históricos en la línea del tiempo.

1.- Independencia de los E.U.A.
2.- Revolución Francesa.
3.- Fin de la revolución industrial.
4.- Inicio de la independencia de México
5.- Invasión francesa a España.
6.- Derrota de Napoleón en Waterloo.
7.- Fin de la independencia de México.
8.- Inicio de la revolución industrial.


 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
1750     1760        1770        1780        1790         1800        1810        1820        1830       1840    1850