LA RUTA DE
ZAPATA
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Por Alejandro Rosas
Morelos guarda aún el aroma del
zapatismo. Aquel que reivindicaba su derecho ancestral a la tierra. Su
historia puede contarse a través de algunos cuantos pueblos, unidos entre sí
por veredas, cultivos de maíz y recuerdos y una buena red de carreteras que
permiten recorrer la historia del caudillo en tan sólo unas horas. La ruta de
la revolución del sur no es una simple carretera, es el recorrido de la
historia que se detiene en cuatro paradas.
Mientras Obregón y Villa
desgarraban a la patria en los campos del Bajío, Emiliano Zapata puso en
marcha su revolución en el pueblo de Tlaltizapán -capital moral del zapatismo
en 1915. Desde ahí dispuso de las tierras de Morelos; las repartió conforme a
los viejos títulos de propiedad expedidos en tiempos de la colonia, ayudó a
la gente, dictó leyes, y en sus ratos libres, hasta se dio el gusto de
practicar la charrería o escuchar poesía en la plaza del pueblo mientras
disfrutaba de una copa de coñac fumándose un buen puro.
“El
molino de Tlaltizapán era una casa al estilo antiguo -escribió el profesor
Amador Espejo Barrera-, con un gran patio en el centro y alrededor las
habitaciones; las situadas frente a la calle servían como oficinas del Cuartel
General y sólo dos cuartos eran ocupados por el general Zapata, uno como
dormitorio y otro para comedor. A la izquierda de sus habitación se
encontraba la tesorería y pagaduría; en el fondo se había instalado una
fábrica para acuñar moneda, con los aparatos útiles y necesarios, pues el
general Zapata siempre quiso que en el territorio controlado circulara la
moneda zapatista”.
El
cuartel del caudillo -en otros tiempos un molino de arroz- alberga hoy una
escuela y un modesto museo de sitio. Por encima de las fotografías, algunas
armas y una copia original y amarillenta del famoso plan de Ayala, las
reliquias más preciadas del lugar son el traje ensangrentado que Zapata traía
puesto al ser asesinado, el sombrero agujereado por las balas de la traición,
un juego de naipes del jefe revolucionario y la cama que utilizó Emiliano
durante su estancia en Tlaltizapán.
Unas
calles arriba se levanta la iglesia del pueblo. En su fachada aún pueden
verse los rastros que dejaron las balas federales cuando tomaron el cuartel
general en 1916. Al interior del templo, una imagen recuerda la mayor
devoción de Emiliano: el padre Jesús. Se dice que su milagrosa intercesión le
salvó la vida en al menos una ocasión. En el atrio se encuentra un mausoleo
en forma de pirámide que proyectó el propio Zapata para que, llegado el
momento, los generales zapatistas encontraran el descanso eterno dentro de
sus nichos. El destino, caprichoso, dispuso otra cosa: que los principales
jefes quedaran sepultados en el mejor de los sepulcros: a lo largo y ancho
del estado de Morelos.
“Escuchen señores, oigan el
corrido/ de un triste acontecimiento/ pues en Chinameca fue muerto a
mansalva/ Zapata, el gran insurrecto./ Abril de mil novecientos diecinueve,/
en la memoria quedarás del campesino/ como una mancha en la historia”.
Al
iniciarse el trágico año, la revolución del sur se encontraba en franca
derrota. Los mejores compañeros de Emiliano habían desaparecido casi en su
mayoría. Desesperado ante la falta de hombres, pertrechos de guerra y
victorias, y contrario a su costumbre, Zapata confió en el coronel Jesús
María Guajardo –un Judas enviado por Venustiano Carranza y Pablo González-
quien le preparó una celada en la hacienda de San Juan Chinameca.
“Abraza
Emiliano al felón Guajardo/ en prueba de su amistad,/ sin pensar el pobre que
aquel pretoriano/ lo iba ya a sacrificar./ Y tranquilo se dirige a la
hacienda con su escolta;/ los traidores le disparan/ por la espalda, a
quemarropa”.
La
muerte dejó su rastro cerca de las dos de la tarde del jueves 10 de abril de
1919. Principio y fin de su historia, Chinameca parecía tener un sino
trágico. Años antes, cuando Zapata iniciaba su lucha (1911) un enfrentamiento
en los alrededores de la hacienda casi le había costado la vida. Un monumento
del caudillo sureño en magnífica montura recibe al visitante. Los agujeros de
bala en el dintel de la entrada aún guardan el sonido de los clarines que le
rindieron honores antes de que se escuchara la orden de “¡Fuego!”. La casa de
la hacienda está en ruinas. Los vidrios rotos, las escaleras desvencijadas,
los muros carcomidos por la historia. Tres mil días de lucha culminaron en
Chinameca.
El 12 de septiembre de 1909 se
reunió el consejo de ancianos de Anenecuilco. Rebasaban entonces los setenta
años de edad. Casi todos habían combatido a favor de la República en 1867 y
sostenían una férrea defensa del pueblo frente a los despojos de los
hacendados porfiristas. Don José Merino, el calpuleque solicitó entregar el
cargo por motivos de edad. Era necesario trasmitir el poder a un joven que
reuniera “como principales cualidades la seriedad en sus actos, sin vicios y
conocedor de los problemas del pueblo”. Eligieron así, a Emiliano Zapata.
“En
esos momentos y por acuerdo del consejo –recordaría Salomé Benitez-, Emiliano
es trasladado a la sacristía de la iglesia ubicada en el segundo piso a fin
de ser sometido a una ardua enseñanza durante treinta días, la cual se basaba
en estudio de códices y glifos del lugar, así como documentos que demostraban
la autenticidad de la tenencia de las tierras y aprende a amar su historia,
su cultura, para poder amar a México”.
El
nuevo calpuleque -representante del pueblo- había nacido treinta años antes.
Sobre los restos de la casa paterna la imaginación reconstruye lo que alguna
vez existió. El adobe de las paredes asoma claramente. Protegido por un
solemne recinto, el sitio que vio nacer a Zapata ha traspasado el tiempo.
Cada 8 de agosto Anenecuilco celebra como fiesta religiosa el natalicio de
Emiliano. “Nació entre los pobres,/ vivió entre los pobres/ y por ellos
combatía./ ‘No quiero riquezas,/ yo no quiero honores’/ -a todos así decía”.
Ahí, en el lugar “donde el agua se arremolina” comenzó el zapatismo.
Los restos de Zapata escaparon a
los homenajes oficiales y su gente logró mantenerlos en tierra zapatista. Ni
muerto, transigió Emiliano con los otros caudillos de la revolución y menos
con la historia oficial. Su destino fue siempre resistir. “Revoluciones van,
revoluciones vendrán, yo seguiré con la mía” -comentaba ufano. Solitario, hoy
descansa en Cuautla. No podría ser más feliz. La ciudad alcanzó la fama
gracias al ilustre cura Morelos y bajo su sombra, Zapata yace en paz,
cobijado por “este pequeño pueblo protegido del cielo” como lo llamó en 1812,
el cura de Carácuaro.
Contesta las siguientes preguntas
1¿Qué derecho buscaba Emiliano
Zapata?
2¿Nombre del plan, qué proclamó
Emiliano Zapata, para iniciar su Revolución?
3¿Dónde fue asesinado Emiliano
Zapata?
4¿El consejo de ancianos, qué
título le otorgó a Emiliano Zapata?
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